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lunes, 1 de diciembre de 2008

NO COMPRES TRANSGENICOS, SON UN PELIGRO PARA TODOS: el caso argentino

Los impulsores de los alimentos manipulados genéticamente sostienen que son necesarios para combatir el hambre en los países en desarrollo y reducir el uso de plaguicidas. La experiencia, sin embargo, demuestra lo contrario: los cultivos transgénicos exacerbaron la pobreza y el hambre, incrementaron el uso de herbicidas, crearon nuevos riesgos para la salud, provocaron deforestación y destruyeron tierras agrícolas y medios de vida.
Argentina fue conocida alguna vez como el granero del mundo, además de un importante país ganadero. Hoy en día, el hambre y la pobreza extrema asolan a sus habitantes. Las causas de este cambio son desconocidas para el ciudadano común. En los años 90, durante el gobierno neoliberal de Carlos Menem (1989-1999), la política económica estimulada por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial llevó a la privatización de los servicios de agua, electricidad, ferrocarriles, petróleo, gas, minería, etc. La economía fue informalmente dolarizada por el llamado “plan de libre convertibilidad” del peso, que fijó el valor de la moneda nacional al dólar. Así, se volvió más barato importar. La industria nacional no soportó la competencia y pronto sucumbió, mientras el capital transnacional obtenía rienda libre. Los recortes del gasto público provocaron un grave deterioro de los sistemas de salud y educación para la mayoría de la población.
En este marco, la investigación científica en las universidades y otras instituciones públicas fue secuestrada por las empresas multinacionales de biotecnología, lo que dio lugar a una orgía de experimentos transgénicos. Pronto, la agroindustria (Monsanto, Aventis, Dow, Bayer, Cargill, entre otras grandes empresas) controlaba libremente la política agrícola argentina.
Como resultado, Argentina produce hoy soya transgénica en casi 13 millones de hectáreas de su territorio. Esta enorme expansión ocurrió a expensas de los cultivos tradicionales de alta calidad y de la producción de ganado. Un país que producía alimentos variados y saludables para el óctuplo de su población, hoy debe importar leche, lentejas, arvejas, algodón y otros productos. Unas 160.000 familias de pequeños agricultores argentinos abandonaron sus tierras en la última década, incapaces de competir con los grandes hacendados. La soya transgénica sirvió para exacerbar esta tendencia hacia la agricultura industrial, de gran escala, acelerando la pobreza.
La soya Roundup Ready de la empresa biotecnológica Monsanto requiere claramente más, y no menos, herbicidas que la soya convencional. En 2001, se utilizaron 9,1 millones de kilogramos más de herbicidas en plantaciones de soya transgénica que en la convencional. Además, el uso de glifosato se duplicó al pasar de 28 millones de litros en el período 1997-98 a 56 millones en 1998-99, y llegó a 100 millones en la última temporada.
La soya Roundup Ready también rinde de cinco a 10 por ciento menos que las variedades no transgénicas cultivadas en suelos similares, como concluyeron estudios realizados en Estados Unidos. Científicos de la Universidad de Arkansas demostraron que el desarrollo de las raíces, la formación de nódulos y la fijación de nitrógeno son inferiores en algunas variedades de soya Roundup Ready, especialmente en condiciones de sequía o en campos de baja fertilidad. Esto se debe a que la bacteria simbiótica que fija el nitrógeno en la soya, la Bradyrhizobium japonicum, es muy sensible a la sequía y al Roundup.
Los problemas financieros de los agricultores seguramente empeorarán ahora que Monsanto comenzó a cobrarles regalías por sus semillas. Antes, los agricultores podían utilizar sin cargo las semillas obtenidas en sus cosechas. Ahora, casi 10 millones de hectáreas de tierras pertenecientes a pequeños agricultores en quiebra van a ser rematadas por bancos.

Ante el incremento de la pobreza, la superabundancia de soya y el déficit de otros productos agrícolas, el gobierno comenzó a promover la soya como una alternativa saludable a alimentos tradicionales como la carne y la leche. Así, lanzó la campaña Soya Solidaria. Los comedores populares comenzaron a servir comidas a base de soya, y los libros de cocina incluyen recetas también a base de soya. Como resultado, muchos argentinos consumen soya a diario.

Sin embargo, abundantes pruebas científicas demuestran que una dieta con demasiada soya puede tener efectos perjudiciales, como inhibir la absorción de calcio, hierro, cinc y vitamina B12. Los médicos argentinos ya están observando esos síntomas. Uno de los problemas más preocupantes es la adolescencia temprana en las niñas, posiblemente vinculada con los altos niveles de fitoestrógeno de la soya. Otros problemas de salud son consecuencia del uso extendido de glifosato (Roundup), que está invadiendo el suministro de agua. Trascendió que el producto es a veces rociado desde el aire, sobre campos, casas y personas. Los efectos más visibles son irritaciones de la piel y los ojos, pero informes de médicos y residentes locales sugieren también un pronunciado aumento de la incidencia de cáncer en poblaciones cercanas a cultivos de soya Roundup Ready.
Para combatir el “complejo de insectos” que invade las plantaciones de soya (Nezara viridula, Piezodorus guildinii, Edessa meditabunda, Dichelops furcatus), se recomienda a los productores usar endosulfato junto con cipermetrina, cuya mezcla es extremadamente tóxica para las abejas y los peces, y muy tóxica para las aves. Las recomendaciones incluyen el precio de los insecticidas, incluso de la fumigación aérea. El equilibrio agrícola de Argentina se vio gravemente afectado por la concentración en la exportación de soya. La producción tradicional de leche, trigo y carne disminuyó, y ahora el país importa lo que antes exportaba. Otros productos, como lentejas, arvejas, maíz dulce y distintas variedades de papa y boniato han desaparecido, junto con las industrias que los procesaban. Los productores de miel también fueron afectados por la contaminación transgénica, la pérdida de diversidad de flora y la muerte de abejas intoxicadas con herbicidas. Esto no sólo es malo para la economía nacional, sino también para la salud y la nutrición de toda la población.

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